Me parecen muy acertadas las
consideraciones del presidente de la CNMV sobre la necesidad de reducir
la dependencia de nuestros mercados financieros de las agencias de calificación o
rating (http://www.elpais.com/articulo/economia/presidente/CNMV/pide/reducir/excesiva/dependencia/agencias/elpepueco/20110920elpepueco_11/Tes),
especialmente para evitar los efectos sistémicos (fundamentalmente,
especulativos) que sus decisiones de cambio (rebaja) de calificaciones
crediticias han venido desatando en los últimos años.
Sin
embargo, en unos mercados tan sensibles a la información y en que los
análisis deberían tener la misma validez que buena reputación el
analista, parece que ese ajuste debería haberse producido hace tiempo y
de manera natural. Las agencias han sido consideradas responsables (al
menos parcialmente, pero en buena medida) de la crisis, especialmente
por su manifiesta incapacidad para anticipar problemas que deberían
haber detectado con relativa facilidad.
Además, han quedado claras
situaciones estructurales de conflicto de interés entre agencias de
rating y emisores sometidos a valoración, medios de comunicación
económica, etc--que, pese a la nueva supervisión a nivel comunitario, van a ser muy difíciles de regular y controlar de manera efectiva. Y, pese a todo, parece que en general seguimos dando
credibilidad y validez a los ratings de las tres grandes agencias.
La pregunta inevitable, por tanto, es ¿por qué seguimos fiándonos? Supongo que puede pensarse en muchas respuestas, unas más naïve que otras, pero en el fondo parece que la información financiera y económica es tan compleja y susceptible de interpretación (además de la intrinseca y creciente flexibilidad de una normativa contable cada vez más basada en principios generales) que resulta imposible de analizar y digerir para buena parte de los inversores en instrumentos financieros (al menos, para los más pequeños). Al contrario, para los realmente expertos (o más propensos a los riesgos), puede que el sistema de rating (por su transparencia y grado de difusión) permita el desarrollo de un complicado juego de apuestas a favor y en contra de tendencia (de calificación) que pueda resultar muy rentable si se mueven cantidades suficientemente grandes.
En definitiva, parece que la reputación de las agencias queda en un segundo (o tercer) plano y que el sistema de calificaciones crediticias sigue existiendo por motivos espúreos o, cuanto menos, distintos de los que justificarían su verdadera existencia. Llegados a este punto, quizá haya que cuestionarse algo más que el modo de hacer nuestro sistema menos dependiente de las agencias.