Esta semana pasada he tenido que enfrentarme a la circunstancia de que casi todos mis alumnos estaban de viaje de ecuador de estudios y, sin embargo, tenía que dar clase (el calendario académico manda). Pensaba que daría igual y que, al ser menos en clase, podría establecer debates más interesantes con los pocos alumnos presentes (en teoría los más interesados por sus estudios... o los que no podían haber huido del frío que nos esperaba en Madrid por alguna razón). Sin embargo, me he dado cuenta de que las clases con poca audiencia no han funcionado (nada) bien, pese a la buena fe y al interés de los pocos alumnos (casi todos de intercambio) que soportaron estoicamente los ecos de aulas vacías.
Lo primero que se me ha ocurrido pensar es que se trata de un problema de masa crítica. Llevo un rato buscando estudios sobre el número óptimo de alumnos en una clase y no acabo de dar con nada que aplique al caso. Muchos de los estudios están basados en educación infantil o secundaria (donde, al menos sobre el papel, los grupos incluso ultra-reducidos generan grandes ventajas, pero probablemente por la mayor flexibilidad e intensidad del aprendizaje en esas edades) y, de los pocos que se refieren a estudios universitarios, hay poco aprovechable (porque se centran en horquillas orientadas a garantizar la sostenibilidad (económica) de los cursos o se fijan en cuestiones muy específicas como ¿cuántos estudiantes de doctorado puede supervisar de manera efectiva un mismo profesor?).
Además, tengo algunas experiencias de clases y charlas en grupos pequeños pero muy interesados (generalmente, a nivel de postgrado, o para profesionales) que han funcionado muy bien y en las que sí se ha generado un diálogo fluido y un interesante intercambio de ideas. Además, no me preocupa la cuestión del número "fijo absoluto" de alumnos, sino el
problema de absentismo de la mayor parte del grupo: ¿en qué porcentaje
pensamos que hay suficientes alumnos presentes? ¿60%? ¿40%? ... Por tanto, la razón de que las clases en aulas prácticamente vacías no debe estar del lado de los alumnos, sino más cerca de la pizarra.
Pensándolo bien, creo que el verdadero problema es que, por debajo de un porcentaje mínimo de audiencia y en un curso de duración, es muy complicado interpretar el guión de una clase estándar. No sólo porque en un (involuntario) cálculo coste-beneficio el profesor vea claro que sería mucho más eficiente dedicar ese tiempo a otra cosa. Sino que, en el fondo, el problema está en que el profesor sabe que se enfrentará pronto a una situación de la que no puede salir beneficiado: o repite lo ya explicado y aburre a los pobres que ya estuvieron en clase (disminuyendo sus incentivos para seguir atendiendo), o sigue con la materia donde la dejó y se carga con una ristra de alumnos perdidos y frustrados (aunque sin razón para estarlo). El desincentivo no podría ser más poderoso.
Creo que, desde ahora, tendré una mejor respuesta cuando me pregunten por qué exijo que los alumnos cumplan el requisito de escolaridad de asistir al 75% de las sesiones. "No es por ellos, es por mí..." Claramente, algo falla.